domingo, 4 de febrero de 2018

Aprendiendo a marchas forzadas

Hacía ya unos cuantos meses que no aparecía por aquí, debido supongo que entre otras cosas, a un periodo de transición en mi vida deportiva. Como algunos ya sabéis, allá por septiembre decidí aparcar el triatlón y probar en el ciclismo de carretera.


Conocí a Ismael López, mi ahora entrenador y que tanto me ayudó y me sigue ayudando. A entender los entrenamientos, a verle sentido a cosas que jamás había hecho y a encontrar un equipo muy competitivo que quiso contar conmigo para esta temporada.

Tras una pretemporada con más kilómetros de los que estaba acostumbrado (aún siendo la cifra inferior a la mayoría de ciclistas), las buenas sensaciones fueron llegando poco a poco.


Aunque con las buenas sensaciones en las piernas, llegaron también las malas en el asfalto. Dos caídas en los seis días previos a mi debut, en la Social de Palafrugell, y otra caída a los 14 kilómetros en la carrera que provocó mi retirada. Así pues, me planté con tres caídas en nueve días, cuando mi bagaje de saludar al suelo hasta ese momento era de dos en siete años.

Hoy llegaba al 5è GP de Vilajuïga con ganas. Un precioso recorrido de 67,5 kilómetros, acabando en el imponente Monestir de Sant Pere de Rodes, un puerto de 7,8 kilómetros al 6,7% de desnivel.

Un poco de frío aunque un cielo de azul predominante, nos recibían en este pequeño municipio gironí. Caliento unos quince minutos con Noe, mientras Isma y Marta ejercen de fieles escuderos y acompañantes.

Salida rápida, varios ataques, frenazos, bandazos, y sin escapada por el momento. Piernas y cabeza en orden y a pleno funcionamiento, tanto que una de las veces que progreso en el pelotón coincide con un parón de éste, así que me veo en cabeza y aprovecho para abrir hueco. Un hueco de unos 50 metros que se cierra tan rápido como se ha abierto. Pero en el kilómetro 15 veo que ésta tampoco será mi carrera. Badén que pasamos muy rápido y radio de la rueda trasera roto. Sigo 8 kilómetros con ese molesto ruido y ese aún peor tambaleo de la rueda, pensando que en cualquier momento mi bici se convertiría en monociclo y barajando opciones para continuar en carrera. De repente el ruido remite durante un par de minutos, para volver luego con aún más fuerza. Segundo radio roto. La rueda se mueve mucho y me roza constantemente la pastilla de freno. Me dejo caer a cola de pelotón y busco desesperado algún coche de equipo con ruedas de repuesto. Le indico al coche del equipo Esteve que se acerque, le explico el problema y paran al momento a cambiarme la rueda.

Aquí hago un alto en el camino. Tienen sólo dos ruedas traseras que algunos de sus corredores podrían necesitar más adelante, pero aún así deciden cedérmela a mí. Y no sólo eso. Tras haber perdido unos tres o cuatro minutos en la operación, me ofrecen su rebufo para intentar llegar al pelotón. Aunque parezca exagerado, siempre estaré agradecido por este gesto a este equipo, que me hace seguir creyendo en que aún queda algo de esencia en este mundo del deporte cada vez más contaminado.

Pues bien, tras unos 10 kilómetros de persecución con la ayuda del coche y ver que el grupo aún está lejos, les doy las gracias y les indico que mis piernas no dan para más, que vayan a apoyar a sus corredores. Ésto ocurre sobre el kilómetro 30 de carrera, y al pasar la siguiente rotonda, a penas dos minutos después de haber "despedido" al coche, veo al pelotón a unos 120-150 metros. Agacho la cabeza y aprieto los dientes, y durante unos minutos de sufrimiento extremo intento, sin éxito, llegar al pelotón.

La distancia ha aumentado y decido guardar lo poco que me queda para los dos puertos que aún quedan. A partir de aquí son 30 kilómetros de darle vueltas a la cabeza, de buscar razones para no tirar la toalla. Y es que la mejor razón, siempre se encuentra tras la línea de meta.

Llego a Port de la Selva y la subida final me recibe con una rampa del 15%, donde me doy cuenta que el piñón más grande de la rueda que me han dejado es un 25. Para ciclistas de verdad, vamos. Paso la primera rampa y las sensaciones son buenas, después de todo,

éste es el terreno donde mejor me desenvuelvo. Veo a lo lejos a unos cuantos corredores, todos ellos separados, y me propongo ir reduciendo distancias. Paso el kilómetro uno, y parece que mi objetivo se va cumpliendo. Pasado el segundo kilómetro adelanto al primero. Luego a otro, más adelante uno más, y así hasta diez. El final del puerto y de la carrera llega antes de lo que tenía calculado, así que cruzo la meta con alguna bala en la recámara, aunque quizá la bala fuese de fogueo, quién sabe.

Después de todo, dieciséis minutos perdidos con el ganador (corredor de categoría Continental), no me parece ni tan humillante. Una experiencia más en esto de jugar a ser ciclista, y las que nos quedan!

Muchas gracias a todos los que se preocupan por mis continuas revisiones del asfalto y mis catastróficas experiencias.

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