domingo, 17 de mayo de 2015

Ironman 70.3 Calella. Del cielo al infierno en un instante.

Seguramente ésta sea la crónica más difícil que he escrito nunca, ya que es la más dura de escribir, y a la vez de la que hay menos cosas que contar de la carrera.

Imaginaos algo que os haga mucha ilusión y que estéis dispuestos a preparar a conciencia durante casi ocho meses. Durante casi 240 días, y durante una incontable cantidad de horas pasando frío, calor, lluvia, viento y lo que hiciese falta aguantar. Muchos días difíciles, "sufriendo" con las series, cambios de ritmo, tiradas largas o lo que fuese que tocase ese día, pero sabiendo sufrir y sacar adelante todo eso de la mejor manera posible.

Ya lo tenéis? Recordad, tiene que ser algo que os ilusione de verdad, algo que os haga comprometeros con vosotros mismos, algo que os haga sacrificar cosas que el resto jamás entendería.

Pues bien, para mí ese "algo" era el Ironman 70.3 de Calella, celebrado hoy, día 17 de Mayo.


Tras un fin de semana genial, rodeado de familia y amigos, disfrutando del ambientazo que se respiraba en la capital catalana del triatlón de larga distancia, llegaba la hora de disfrutar y sufrir a partes iguales en esta preciosa competición.

Llegaba en un más que aceptable estado de forma. Aunque es cierto que siempre pensamos que nos faltan horas de entreno y que podemos llegar mejor, debo reconocer que había entrenado mucho y bien, y tenía unas sensaciones buenísimas, tanto físicas como mentales. Mejores de las que nunca antes había tenido en una carrera.


Después de saludar a amigos y conocidos, desearnos suerte y compartir un ratito con mi familia, se daba la salida a las 7:05 de la mañana.

Son 1900 metros de natación en un recorrido fácil y claro a priori, con un mar bastante calmado. Me paso 1500 metros encajando golpes, agarrones, gente que se cruza, etc, y 400 metros nadando a gusto y con un ritmo que no podía hacer otra cosa que mejorar. Salgo del agua en 29'56", un minuto más lento de lo que tenía previsto.




Pero daba igual, un minuto no era nada y sabía que mis buenos sectores empezaban en ese momento. Había trabajado mucho la bici, la supercompensación había sido perfecta (como siempre gracias a Joan), y me conocía el circuito como la palma de mi mano.


Nada más subirme a la bici veo que algo no va bien. La cadena me salta a cada pedalada que doy, literalmente en TODAS las pedaladas la cadena me va saltando. Confío en que eso que falla se arregle solo a medida que avanzo, aunque los contínuos badenes y giros de la parte inicial no ayudan. Pero me doy cuenta de que no es así. Intento ajustar el cambio en marcha, pero no consigo nada. Pruebo todos los desarrollos con cada uno de los platos, y nada, la cadena sigue saltando cada vez que mis piernas empujan las bielas.


El día anterior, como siempre, había ajustado y engrasado toda la bicicleta, dejándola perfecta, así que supongo que será fruto de algún golpe involuntario de mis compañeros de boxes.

Hacia el kilómetro 6, cuando empiezo a subir la zona de Sant Iscle, ya asumo que es algo que voy a tener que aguantar hasta que llegue al punto de asistencia mecánica en el kilómetro 28 más o menos. La situación es cada vez más incómoda, llevo un buen ritmo pero el constante saltito de la cadena provoca en mis piernas una fatiga extra con la que no contaba. Tras un buen rato de lucha psicológica y de pedir ayuda a un par de oficiales que no saben ni decirme en qué punto exacto está la asistencia mecánica, llega el primer aviso. Me pongo de pie para acabar de hacer la zona que me llevaría al inicio del puerto de Collsacreu y se me sale la cadena, lo que casi me lleva directamente al suelo. La coloco lo más rápido que puedo y sigo, pensando (ingenuo de mí) que la cosa no podía ir a peor. Bajadita y empieza el puerto. Nunca antes me había pasado algo así, todas y cada una de las veces que mi pierna derecha empuja el pedal, la cadena se esfuerza en hacer la ascensión y la carrera un poquito más dura.

Y cuando ya le estaba cogiendo hasta cariño (véase el alto grado de ironía) a esa incomodísima forma de pedalear, llega un punto donde el terreno se inclina más de la cuenta, y patapam.

Otra salida de cadena, pienso yo, hasta que pongo pie a tierra y veo que una salida de cadena no podía ser, mayormente porqué no había cadena. Estaba un par de metros más atrás, como una serpiente ahí bien preparada esperando el momento de atacar.

Son unos segundos de shock, de incredulidad, de bloqueo físico. Decido apoyar la bici en el quitamiedos y acercarme a comprobar si lo que están viendo mis ojos y tratando de asimilar mi cabeza, es real. Y sí, es real. Tan real como que tengo mi cadena partida en la mano, con dos eslabones bien destrozados. Ahora la serpiente parece inofensiva enroscada en mis manos, y las ganas de atacar llegan a mí a través de mis dedos manchados de grasa.

Cruzo la carretera para dejar paso a todos los compañeros que en ese momento circulaban. Apoyado en el quitamiedos y viendo mi bici al otro extremo, trato de asimilar la situación, que hasta ese momento, sigo pensando que no puede ser real. Los minutos pasan y a medida que mi cabeza vuelve a la tierra, pido a dos voluntarios y a dos comisarios ayuda, si tenían por casualidad un cierre rápido. Ya que la respuesta es negativa en todos los casos, les pido si alguien puede decirme por favor, en qué kilómetro exacto se encuentra la asistencia mecánica.

En ese momento sólo quería seguir. Me daba igual el tiempo, me daba igual la posición, me daba igual todo. Sólo quería arreglar aquello, poder disfrutar del espectacular circuito, y llegar abajo y revolcarme en el cariño de toda mi gente mientras corría lo más rápido que mis piernas eran capaces.

Gracias a un voluntario que hace unas llamadas y de verdad tiene ganas de ayudarme, acabo confirmando que el punto al que tengo que llegar para intentar arreglar la cadena (intentar, porque no estoy seguro que fuese posible), queda demasiado lejos para llegar hasta allí sin poder dar pedales.

Siguen pasando más y más bicis, Jordi Alba y Anna Rovira me animan y me sueltan un "ho sento" muy sincero que en ese momento me llega al alma. Muchas caras y miradas de complicidad cuando la gente me ve ahí con mi culebrilla muerta en la mano, absorto e incrédulo por la situación. También me había animado Santi Abad unos metros más atrás, cuando me pasaba como un avión mientras yo me peleaba con mi serpiente.

Tras unos minutos (no se si fueron 10, 20, o 30) ahí en silencio, sin esperar nada, decido que lo mejor va a ser ir bajando hacia boxes. Pero claro, eran más de 17 kilómetros, y aunque había zonas de bajada, también había llanos y repechos. Y yo no podía pedalear, eso iba a ser interesante. Comunico a un oficial mi retirada y me dirijo a la zona a la que nunca hubiese querido llegar sin completar el circuito ciclista.

Por detrás de mí, y en sentido contrario a los cientos de bicis que subían por el carril opuesto, aparecen mis ángeles de la guarda. Un chico y una chica noruegos. El chico se había roto algo de la mano en la natación y llevaba un vendaje bastante aparatoso. Había intentado seguir en carrera pero se había dado cuenta de que no podía frenar, y había decidido volver por donde minutos antes había rodado (seguro que muy rápido, a juzgar por la bici y las piernas que calzaba). Pues bien, hemos vuelto los tres juntos a boxes, empujándome en todos y cada uno de los llanos y repechos, pese a mi insistencia y preocupación por su mano. No me dejaba caminar y me pedía por favor que me subiese a la bici que él me llevaba. La chica de mientras iba recogiendo mi serpiente, que parecía haber vuelto a la vida y quería escapar, tirándose al suelo a cada instante. Al poco rato, parece que la vida que mis pedales habían perdido, había pasado al tubular de repuesto, que se empeñaba en darse a la fuga con la maldita serpiente. Yo ya no sabía dónde meterme, ni cómo agradecer a esos dos grandullones lo que estaban haciendo por mí en ese momento. Jon Thorp (así se llamaba ese pedazo de crack) me explicaba que en su anterior carrera, la cual había preparado muchísimo, pinchó dos veces la rueda, para al final acabar cayéndose en la bici y teniéndose que retirar. Y que ahora en Calella llegaba con mucha ilusión y... A la vez yo le contaba que hacía tres semanas que yo me había retirado de otra carrera, y que mi debut en la media distancia no estaba siendo precisamente como esperaba. Gracias también a Kari Flottorp, la chica noruega que nos animaba con su constante sonrisa.

Así llego a boxes, le doy un abrazo con todo mi corazón, les agradezco una y mil veces la ayuda prestada y nos despedimos. Me da mucha pena y me hubiese encantado compartir un rato con ellos, invitarlos a una cerveza, o a varias, y empaparme de la bondad que desprendían. Pero al llegar allí la realidad, que había estado evitando todo ese rato acompañado de mis dos noruegos, me golpeaba bien fuerte en toda la cara al ver a mi familia y amigos.

Yo quería hacerlo bien por mí, que es al único que al fin y al cabo beneficio o perjudico con todo esto. Pero todos ellos me habían apoyado todo este tiempo, habían confiado en mí y como mínimo, yo quería compartir una gran parte de esa "victoria" que yo esperaba, con ellos. Se lo debía, a ellos y a toda esa gente que apuesta por mí y me hace seguir adelante en los días más difíciles. Sus caras contrariadas reflejan tristeza, empatía y no hacen otra cosa que intentar animarme. Mi madre, mi hermano, Carlos, y Noel, Santi, Rey, César, Marc, Yolanda, Sílvia. Y a tod@s los que no vi pero se preocuparon de igual forma, gracias.

Siempre me "enfado" cuando la gente me desea suerte, seguro que algunos de los que leéis esto lo habéis sufrido en vuestras carnes. Suelo argumentar que la suerte es para los que no están preparados. Pues hoy he aprendido que eso no es así, que la suerte, el destino, o lo que sea, siempre está ahí, para todos, para bien y para mal. Después de más de cuatro años haciendo muuuuchos kilómetros en bici (montaña y carretera), ya sé lo que es romper una cadena.

Todo pasa por algo, todo te enseña algo, y yo hoy me quedo con que no se puede luchar contra aquello que no está en nuestra mano.

Ha sido un golpe muy duro, me está costando mucho asimilarlo, ya que toda mi ilusión se ha quedado tirada en ese kilómetro 17,4. Pero bueno, son cosas que pasan, y que al fin y al cabo te ayudan a ser más fuerte para la próxima.

Seguramente volveré aún con más fuerza en Banyoles dentro de tres semanas, hasta entonces pienso seguir entrenando como hasta ahora y aprendiendo día tras día.

Felicitar a Juanjo Hernández, Sergi Liz, Santi Abad, Carles Sendra y Jordi Alba por sus tiempazos, me alegro muchísimo por vosotros!! Y mucho ánimo para el súper clase Rafa Lao que ha tenido una caída y se ha tenido que retirar, espero que no sea nada y tengas una pronta recuperación!

Siento mucho que no haya sido la crónica que muchos de vosotros me habíais pedido, creedme que yo también habría preferido otra!

Abrazos!!







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